El destino es mi fuerza motora. Desde
siempre me dejo guiar por él y hasta ahora no tengo queja. Todo lo que
el destino me trajo, me sirvió, le saqué provecho. Si me paro a pensar y
echo la mirada atrás no encuentro nada que desease cambiar de todo lo
que hice. Algunas cosas me salieron mal, otras regular y otras bien,
pero en cualquier caso aprendí de ellas. Las que salieron mal me
enseñaron a rectificar, las regulares a poner mayor empeño y las que
salieron bien me subieron la autoestima.
¿Que por qué no
me arrepiento de nada? Porque sin todo lo que hice y fui no sería lo
que soy. Y sin ser una persona vanidosa (no es mi intención, ni mucho
menos), creo que tampoco está tan mal lo que hice de mi. ¿Qué podría
ser mejor? ¡Seguro! Todos podemos mejorar. Pero por suerte el destino
seguirá a mi lado para darme la oportunidad de seguir cambiando.
Es
verdad, hablaba del destino...el destino juega con nosotros, con
nuestros sentimientos, con nuestras fuerzas. Nos pone a prueba día a
día, busca nuestras debilidades, ahonda en nuestras heridas del pasado.
El destino es capaz de hundirnos en la miseria o llevarnos a las
estrellas, pero todo tiene un porque.
Cada uno de nosotros
tiene un camino marcado, una meta, un fin y el destino nos hace ir
superando pruebas para llegar hasta allí. Nos pone zancadillas,
tentaciones y espejismos. Y cada vez que nos topamos con él debemos
tomar decisiones que nos llevarán un poco más cerca de nuestra meta
final. Decisiones que siempre son cambios bruscos, nos dejan huella y
nos van modelando como las personas que somos.
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